miércoles, 18 de agosto de 2010

Pensamiento Líquido

Análisis del Pensamiento de Zygmunt Bauman


“La vida líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante”

-Zygmunt Bauman, Vida Líquida


Durante siglos las estructuras sociales se mantuvieron estables; los límites y estándares instaurados por las mismas eran inalterables y hasta cierto punto también incuestionables. La sociedad occidental estaba compuesta por instituciones rígidas dónde se valoraba lo perdurable, la unión, la tradición y la capacidad de comprometerse a largo plazo. Instituciones sociales como el matrimonio y la familia estaban creadas a partir de moldes que no dejaban lugar para la improvisación. Precisamente por la rigidez de las instituciones sociales y por la naturaleza de los valores que se enaltecían es por lo que el sociólogo Zygmunt Bauman califica a ésa época como la modernidad sólida. La modernidad sólida y sus múltiples características parecen tan lejanas a la actualidad dónde lo característico es precisamente lo contrario: lo efímero, lo mutable y lo impredecible.
El sociólogo polaco, catedrático emérito de las universidades de Leeds y Varsovia, ha retratado a través de sus múltiples obras a la época actual que denomina modernidad líquida. Desde su perspectiva la sociedad actual se encuentra desprovista de cualquier tipo de barreras que canalicen su cauce y por lo tanto fluye libremente; en la sociedad como en los líquidos nada se mantiene firme y todo adquiere formas temporales e inestables. Dadas las características que generan una perfecta analogía con los líquidos, el calificativo de edad líquida que Bauman otorga a la actualidad es acertado. Bauman insiste en enfrentar la dicotomía de la modernidad sólida y la modernidad líquida contrastando con la visión que presenta a la posmodernidad en contraposición con la modernidad; denominaciones distintas que expresan mismos conceptos. El presente ensayo busca introducir al lector en el pensamiento de Bauman, y su análisis incisivo de la sociedad actual.
Aquel que esté familiarizado con la historia moderna sabe que gran parte de las luchas del ser humano en la época reciente consistieron precisamente en intentar desquebrajar estructuras y modificar pautas que regulaban la vida social y que paulatinamente la petrificaron limitando drásticamente las posibilidades del individuo dentro de la misma. La existencia se encontraba reducida a momentos claves en los cuales se tomaban las grandes decisiones que sesgarían definitivamente el rumbo, no había más margen de acción y prácticamente la vida se encontraba definida por los patrones preexistentes que sólo quedaba aceptar sin reparo. La modernidad celebró la capacidad de derretir todas las instituciones que se mantenían congeladas. Podemos afirmar con certeza que ése objetivo se logró. Desde las intocables cúpulas de poder hasta la parte que el individuo común jugaba dentro de la sociedad, la modernidad sólida fue derretida para dar lugar a la modernidad líquida. La vida líquida es aquella en la que el hombre no acepta más un molde preexistente sino que crea el propio y que incluso no se limita a aquel que él creó sino que está dispuesto a cambiar de molde la mayor cantidad de veces. La solidez, sinónimo de estancamiento, fue rebasada y el hombre se entregó al fluir indiscriminado de la modernidad, al torrente que lo desafía con su cada vez mayor velocidad. Las posibilidades de acción ahora son infinitas, como infinitas las formas que pueden tomar los líquidos.
La globalización es el gran producto y al mismo tiempo el gran motor detrás de la modernidad líquida. Como proceso busca precisamente romper la mayor cantidad de barreras, acabar con esos límites que se consideraban impenetrables; la globalización invita al flujo, al movimiento, a no echar raíces en ningún lugar, a ser ciudadano del mundo y a ser ciudadano de ningún lugar. La política, ética y la cultura atravesaron el gran cambio que implicó pasar de lo sólido a lo líquido. Basta ver los nuevos estándares de la ética, tan distintos a aquellos que se pregonaban tiempo atrás, las pautas sociales se han aflojado por decirlo de una manera, la antigua rigidez de las mismas ahora parece más bien maleable e incluso, sin parecer alarmista, inestable.
Las relaciones humanas ha sido el ámbito que ha experimentado cambios más drásticos en la transición de la modernidad sólida a la líquida, la institución social del matrimonio evidentemente ha sido modificada como lo aborda en su obra Amor Líquido. A diferencia de lo que ocurría en la modernidad sólida, pocos son aquellos que contraen matrimonio con la convicción de que se trata de un para siempre. La capacidad del hombre actual para asumir compromisos a largo plazo, por no decir de por vida, se ha visto mermada; ahora se ve con recelo la posibilidad de atarse a un compromiso sobre todo si se piensa en todo a lo que se renuncia. Pocos están dispuestos a comprometerse sin reservas por miedo a resultar dañados en caso de que el compromiso se disuelva, algo altamente probable. El miedo a quedarse atado y así perder la libertad, tan apreciada por la modernidad líquida, ha resultado en una acentuada fragilidad en los vínculos humanos. El hombre no está dispuesto a vivir su vida bajo reglas preexistentes que limiten sus posibilidades. Como resultado del modelo de vida consumista las relaciones humanas son mercantilizadas y se mantienen solo con base en los beneficios que proporcionan, una vez que éstos terminan se convierten en una empresa fallida que es urgente abandonar. “La vida líquida es una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales”. Aunque la necesidad de unión está latente, el miedo a profundizar impide crear lazos firmes, la contradicción acentúa la angustia.
Las implicaciones de la transición hacia la vida líquida no se limitan a los vínculos íntimos sino también a otros aspectos de la convivencia social, por ejemplo el ámbito laboral. El profesional modelo es aquel que posee la capacidad para imponerse cada vez más y distintos retos profesionales. Un empleo de por vida no parece suficiente, el hombre está cada vez más ávido de experimentar distintas labores y las empresas buscan contratar gente dispuesta a dejarlo todo con el fin de cumplir las exigencias del trabajo, gente que no esté arraigada a un lugar sino que se encuentre todo el tiempo con las maletas hechas. El vertiginoso desenvolvimiento del mundo profesional atemoriza a los incautos, a los lentos que no pueden seguir su ritmo y los agobia con el miedo de quedarse atrás, de no cumplir con las expectativas que se tienen de él. Nadie quiere unirse a ese despreciable grupo de desechos humanos; aquellos seres que son incapaces de avanzar con la corriente, aquellos aletargados, rebasados y finalmente proyectados fuera del caudal.
Las implicaciones de la transición hacia la vida líquida no se limitan a la convivencia social. La modernidad sólida, equiparada con el industrialismo, celebraba la creación de productos cada vez más durables, diseñados para usarse el mayor tiempo posible; al contrario en la modernidad líquida, empatada con el consumismo, se celebra lo efímero y la capacidad de sorprender con nuevos productos que hagan parecer obsoletos a los previos. Nada está ya diseñado para durar una vida sino sólo el tiempo necesario para la producción de un nuevo comercial que anuncie lo nuevo en la línea de determinado producto. Todos los productos contienen fecha de caducidad. En un fragmento de su libro Vida Líquida, Bauman afirma sintetizando atinadamente la idea antes expuesta “El consumismo no gira en torno a la satisfacción de deseos, sino a la incitación del deseo de deseos siempre nuevos”. El consumismo no consiste, como algunos pueden llegar a creer, en acumular bienes sino en usarlos y desecharlos para hacer espacio para nuevos. “La vida líquida es una vida devoradora, asigna al mundo, personas y todo lo demás el papel de objeto de consumo que pierde su utilidad en el transcurso mismo del acto de ser usados” afirma acertadamente Bauman exponiendo lo que él define como una mercantilización de la existencia misma.
Aunque son múltiples las voces que califican al trabajo de Bauman como una exégesis de ideas anteriores, es de aplaudirse lo asertivo de su metáfora; brillante forma de expresar las contradicciones y cuestionamientos que encarna el posmodernismo. Bauman no nos enseña cosas que no supiéramos pero sí nos abre los ojos muchas veces sobre cosas que nos resultaban indiferentes y hace una invitación a detenerse a reflexionar en un mundo que lo empuja a hacer todo menos eso. La modernidad buscaba reemplazar las decimonónicas estructuras de la sociedad sólida por nuevas estructuras fundadas en la razón; el proyecto se encuentra inconcluso pues dio el primer gran paso al derrumbar a las antiguas pero nunca fueron construidas las nuevas estructuras sociales. Es precisamente éste punto lo abordado por la obra del sociólogo polaco; las estructuras que reemplazarían a las antiguas nunca fueron erigidas y su lugar fue ocupado por lo líquido, lo inestable, lo frágil, lo que espera solidificarse de nuevo o evaporarse.


miércoles, 11 de agosto de 2010

¿Quién Perdió la Razón?

"El hecho de percibir- y de aceptar dentro de sí-

ideas eternas que sirvieran al hombre como metas

era llamado, desde hacía mucho tiempo, razón”

-Max Horkheimer, Crítica de la Razón Instrumental

Hasta hace no mucho tiempo la humanidad caminaba imperturbable detrás del estandarte glorioso de la razón. A diferencia de las figuras mesiánicas que prometen un paraíso metafísico, la razón auguraba un Nirvana terrenal; un mundo paradisiaco que no dependía de dioses hechos hombre sino cuyo desentrañamiento y construcción era viable a través de los medios humanos. Como afirma Horkheimer en su Crítica de la Razón Instrumental “los sistemas filosóficos de la razón objetiva implicaban la convicción de que es posible descubrir una estructura del ser fundamental o universal y deducir de ella una concepción del designio humano”. El hombre se convenció de que el conocimiento último de las cosas era posible y que la tan anhelada explicación de los motivos existenciales era alcanzable, ya no a través de las dogmáticas explicaciones mitológicas sino de manera lógica. Los argumentos de la razón aparentaban ser irrefutables, su lógica se presentaba como el instrumento que permitiría al hombre develar los misterios del ser y del universo. ¿Qué sucedió entonces? ¿Por qué la humanidad se encuentra varada en los obscuros pantanos de un pesimismo que parece incurable? ¿Por qué el nihilismo parece ser la respuesta para todo y al mismo tiempo la respuesta de nada?

Desde que la duda de Descartes tocó a la puerta de la razón, aletargada por la teología medieval, su despertar fue cada vez mayor hasta culminar en la danza majestuosa de la edad de las luces: la diosa razón había nacido. La mitología había sido rebasada, finalmente el hombre viviría bajo las reglas del hombre. La sombra de la divinidad imposibilitaba la visión del naciente sol racional y por ello la idea de Dios fue suprimida. A la luz de la nueva corriente ideológica la simple idea de una inteligencia suprema que estructuró el universo se presenta como risible, todo aquello que no pueda ser explicado por la razón no es más que la especulación ociosa de la imaginación. La razón le brindaba al hombre la autonomía que siempre había deseado. Rompía las cadenas de la superstición, de la creencia en lo supra sensible, de las reglas impuestas por un ser que vigilaba a la creación desde su trono. La idea del paraíso no es más que el anhelo de la comprensión, el deseo de desentrañar el sentido último de la vida y la razón ofrecía la oportunidad de conocerlo en vida. El paraíso parecía estar ya muy cerca de la tierra.

Reitero la pregunta ¿Qué sucedió entonces? ¿Por qué la humanidad se hundió en un profundo desencanto? Por soberbia. El error fue embelesarse con los cánticos de sirena que la razón susurró al oído de la humanidad, dejarse embriagar por el vino que la soberbia nos ofreció, un vino que ofuscó al hombre y le hizo creerse capaz de conocerlo todo. El hombre confió ciegamente en la razón, no se detuvo a analizar que su ceguera había sido provocado por el brillo de lo apenas descubierto, la misma razón. No reparó en analizar todas las posibilidades de la razón y mucho menos en analizar sus limitaciones. La modernidad murió cuando la razón se comprobó insuficiente ¿A qué fundamentos asirse? La religión había sido relegada al mundo de los mitos y la razón, que guiaba desde la proa la empresa humana, ahora estaba desubicada y su resplandor no era tan intenso como antes. El hombre quedó naufrago en un mundo de posibilidades igualmente validas, igualmente verdaderas, igualmente cuestionables, igualmente falsas; quedó sumergido en la tormenta de la posmodernidad.
 

La posmodernidad encarna un desencanto. La razón no pudo construir un mundo basado en el orden y el progreso, pero sí pudo diseñar bombas atómicas y estructurar instituciones dedicadas al genocidio. El proyecto de la modernidad fracasó y en esto último me atrevo a expresarme categóricamente. El proyecto absoluto de la racionalidad, más allá de su propósito técnico consistente en lograr el dominio absoluto de la naturaleza para asegurar la prevalencia humana, era primordialmente buscar la explicación absoluta del universo. La razón nos decía que el sentido último de la vida se encontraba a unas cuantas inferencias y deducciones. El hombre se topó bruscamente con el hecho de su incapacidad de conocer con exactitud. La razón y sus métodos infalibles ya no lo eran tanto. La razón prometió liberar al hombre del mito, pero terminó convirtiéndose en él.

El nihilismo, la trascendencia del relativismo físico al ámbito cultural, es un sentimiento que se ha generalizado en la conciencia popular; la idea que de la vida carece de propósito, de la ausencia de valores supremos, de la imposibilidad de conocer la verdad; ésta postura y sus implicaciones no son más que los estragos que ocasionó el fracaso de la razón. El relativismo como doctrina establece que ninguna creencia, juicio o suposición tiene la posibilidad de prevalecer sobre otra; niega el criterio de la verdad, descarta la noción de verdad objetiva que parecía tan cercana en la modernidad. El nihilismo inunda el mundo actual, nada vale más allá de lo que pueda valer para mí, todo vale lo mismo y por lo tanto todo vale nada. No dudo que haya hombres que estén conformes con el hecho de aceptar al relativismo cultural como un dogma, seguros de que no existe nada seguro y por lo tanto desprovistos de un propósito; se encuentran varados en un mundo que se han convencido que no se puede conocer. Se engañan y están conscientes de su engaño, es más lo aceptan sin remedio pues parece no haber otra opción. Desafortunadamente hasta ahora el mundo no ha sido capaz de ofrecer una explicación convincente del sentido de la existencia y el hecho de saberse resultado de la casualidad no es, desde mi perspectiva, muy inspirador. El relativismo no es más que un eufemismo para disfrazar nuestra aceptada incapacidad para conocer de verdad. ¿Pero cómo puede el hombre afianzar su vida en un mundo donde todo se acepta como relativo? ¿Cómo construir firmemente en tierra arenosa? El hombre actual se encuentra en un estado de incertidumbre, de desencanto, un estado que al menos yo espero transitorio. Nietzsche, precisamente uno de los padres del nihilismo, afirmaba que todo el que se prepara para un gran salto primero debe retroceder; cito al iconoclasta por excelencia para afirmar que la humanidad solo está desconcertada pero preparándose para dar el salto que le permita escapar de la sumersión en un pantano de confusión.




martes, 10 de agosto de 2010

Letras de Babel

Que el cielo exista aunque mi lugar sea el infierno (…)
pero que en un instante en un ser,
Tu enorme Biblioteca se justifique.

-Jorge Luis Borges, La Biblioteca de Babel