viernes, 18 de febrero de 2011

¿Qué sobra para ser feliz?

Seguramente más de una vez te has preguntado sobre la felicidad, sobre tú felicidad, y aunque puede resultar relativamente fácil dar respuesta a si se es feliz, seguramente te has encontrado con lo difícil que resulta conceptualizar lo que significa ser feliz. ¿Qué presupuestos implica la felicidad? ¿Qué basta para ser feliz? ¿Qué sobra para serlo? Pues así como todos lo hemos hecho alguna vez, el hombre se ha planteado estas preguntas repetidamente por cientos de años; en algunas ocasiones las respuestas han sido tan convincentes que han marcado corrientes de pensamiento que logran perdurar siglos, otras tan efímeras como un verano del amor.
Los antiguos griegos han sido reconocidos históricamente por su capacidad para especular y dar respuestas a los grandes cuestionamientos de la existencia. Resulta interesante descubrir como a milenios de la existencia de aquellos pioneros del pensamiento, sus ideas se han esparcido y se han enraizado en la conciencia colectiva, resultándonos muchas veces tan comunes que perdemos la noción de que hubo quienes las pensaron por primera vez.
Entre las múltiples escuelas de pensamiento de la Grecia antigua, existe una que atrajo especialmente mi atención por la forma de concebir a la felicidad. Schopenhauer, filósofo alemán del siglo XIX, afirma en su obra cumbre El Mundo como Voluntad y Representación “que el desarrollo perfecto de la razón práctica en el verdadero y auténtico sentido de la palabra, la más alta cima a que el hombre puede llegar por el mero uso de la razón es el ideal del sabio estoico.” El estoicismo fue la escuela de pensamiento creada por Zenón de Citio alrededor del año 310 a.C. La palabra estoico en el uso que se le da en la actualidad invita a pensar en una persona ajena a las emociones, indiferente al placer y al dolor. Sin embargo, el estoico no era precisamente un hombre apático sin más, sino uno que a través de la reflexión de su realidad lograba superar los obstáculos que podrían angustiarlo para así alcanzar la tranquilidad que funciona como el presupuesto suficiente para la felicidad. Ataraxia era como denominaban el estado de paz interior y de tranquilidad del espíritu, a la ausencia de turbación, a la felicidad.
La felicidad, o ataraxia, no es un don divino ni natural sino resultado de la reflexión propia del ser humano. Los analíticos estoicos advirtieron que la turbación que ocasiona el sufrimiento en el hombre es resultado de la frustración, de las expectativas que no se alcanzan, de los deseos que no se colman, de las respuestas que no se obtienen. Los estoicos por lo tanto dedujeron que la felicidad consiste en el equilibrio entre las aspiraciones y los medios con los que se cuente para alcanzarlas. Por lo tanto se pueden reducir las aspiraciones, o mejorar los medios para lograr las menores decepciones y colmar más deseos.
La ética estoica no encuentra el fin en la virtud, contrastando con el posterior pensamiento cristiano, sino que la conducta virtuosa es el medio para alcanzar el verdadero fin: la felicidad. La ataraxia se encuentra al final del camino trazado por la virtud. La virtud consiste, desde mi perspectiva, en la capacidad de reflexionar sobre las metas y los límites, entre saber distinguir entre los objetivos alcanzables y los imposibles, entre lo predecible y lo imponderable.  El paso trascendental para lograr la tranquilidad y paz interior es lograr por medio de la reflexión diferenciar entre aquello que depende del individuo y aquello que se encuentra fuera de sus posibilidades. Aceptar que existen ambiciones que no pueden ser alcanzadas porque no dependen del hombre ayuda a eliminar el sufrimiento provocado por la angustia. Se debe por lo tanto ignorar aquello que no depende de nosotros y por medio de la voluntad como lo presenta Schopenhauer enfatizar en aquello que depende de nosotros. Al final, la felicidad depende del individuo, de sus aspiraciones y de las acciones que su voluntad tome para lograrlos.
La idea actual del estoico, como un ser ajeno a los sentimientos, está basada en la noción del estoico que una vez que ha alcanzado un objetivo no se entrega al disfrute indiscriminado de la satisfacción pero tampoco cuando sus medios fracasan para lograr objetivos se hunde en el dolor de la decepción. El hombre estoico se mantiene templado en sus emociones porque sabe que el placer que otorga el alcanzar una meta no es eterno, y también que la frustración es inútil cuando se trata de objetivos inalcanzables.  El estoico se encuentra un paso adelantado a las emociones, las siente sí, pero no permite que estas desequilibren su ataraxia.
Como se puede advertir, el hombre actual está acostumbrado a escuchar y repetir un concepto de la felicidad muy parecido al enunciado por los estoicos, lo que resulta reflexivo es el saber que no siempre se concibió a la felicidad de ésa manera, que hubo quienes “crearon” esa concepción de la felicidad y que ésta se ha generalizado a través del tiempo. El pensamiento estoico reivindica al ser humano, y lo empodera con la posibilidad de la felicidad. Lo difícil es, desde mi perspectiva, desechar lo inalcanzable, convencerse de que hay cosas que no se pueden obtener y dejar de angustiarse por ello. En contraste con el ideal estoico, coincido con el filósofo danés Sören Kierkegaard cuando sentencia que “El hombre lo es más cuanto más se angustia”.

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